viernes, 9 de abril de 2010

Hoy, en Correo

Economía 3.0
 
Existe una creencia, casi generalizada, sobre la imperiosa necesidad de salvar los puestos de trabajo industriales; hasta hace no mucho, esa creencia giraba en torno a los puestos de trabajo en el agro. ¿Qué ha cambiado? En corto, la productividad sectorial. En 1780, el 90% de la población de Estados Unidos -uso el ejemplo estadounidense por una sencilla razón: data confiable- trabajaba en el campo; hoy, la población dedicada al agro no excede el 2.5%. En el transcurso del tiempo, nueva tecnología, equipos y mejoras del capital humano han permitido incrementar la productividad a tal nivel que ese 2.5% produce significativamente mayores unidades totales que el 90% de fines del siglo XIX, razón por la cual la participación de los productos agrícolas se ha reducido de 25% (del total del gasto familiar promedio) a 9%.

De manera similar, tal como ocurrió con el sector agrícola, el sector manufacturero sufre actualmente cambios fundamentales. De un pico cercano al 40% del total de puestos de trabajo -en 1945- hoy no llega al 9% de los mismos. En esos casi sesenta años, sin embargo, el valor agregado por trabajador -en el sector- ha pasado de $5,000 a cerca de $115,000.

Es decir, se ha duplicado cada 13 años. Ese extraordinario crecimiento de la productividad se ha traducido en una reducción importante en los precios de los bienes manufacturados, mientras, simultáneamente, se han mejorado sustancialmente las características de los mismos: una Apple de 7 MHz, 128 KB de memoria y con drive apto para floppy's costaba en 1984 -a precios del 2009- $5,186; hoy, una Apple con 3.06 GHz, 500 GB y superdrives cuesta $1,199. Productividad: ésa es, ha sido y será la clave del desarrollo.

¿Adónde se ha trasladado el gran segmento laboral? Pues al sector servicios.

En Estados Unidos, para seguir con el ejemplo, el 79% de la masa laboral se encuentra en servicios: abogados, médicos, IT, tiendas, restaurantes, entre otros.

Esta transformación implica la necesidad de cambios sustanciales en diversos aspectos político-económicos: las leyes laborales, por ejemplo, requieren de la máxima flexibilidad posible, dado que el sector servicios es por definición dinámico y marginalmente rentable. Las barreras arancelarias y otras protecciones, por ejemplo, manipulan el sistema de precios, creando espacios para la aparición de mercados negros y otro tipo de soluciones extralegales. La calidad de las instituciones es primordial para el buen desempeño de dicho sector; por ello, la incapacidad del Estado para controlar las movilizaciones -ilegales e injustificadas- por parte de la minería ilegal es sumamente preocupante.

¿Estamos preparados para la nueva economía?

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