Nicolás Lynch, en reciente articulo (http://www.larepublica.pe/delito-de-opinion/02/03/2010/la-democracia-que-molesta), sostiene lo siguiente: “El conflicto en A. Latina es por ello entre la democracia mayoritaria y el neoliberalismo, que es un modelo de y para minorías. Retomar la transición es por esto avanzar a una democracia mayoritaria, la que molesta precisamente a la derecha y sus escribas locales, como el único camino para superar la precariedad actual.”
Sin duda, creo que existen diversos errores lógicos en la propuesta, unos arraigados a las premisas y otros al proceso lógico en sí. En primer lugar, habría que partir por desnudar aquella premisa que se inspira en una definición subjetiva y, por lo tanto, antojadiza: ¿qué significa democracia mayoritaria? La democracia, por definición, no es un sistema político, sino un sistema organizacional; esto es, define la forma en la cual se organizan un grupo de personas, basado en la alternancia del poder y la atomización -vía balance- del mismo. Cuando Platón y Aristóteles hablaban “de los pocos” y “de los muchos” se refería a eso: en la aristocracia, el gobierno de los pocos; en la democracia, de los muchos. En resumen, que la democracia es por sí un sistema “de los muchos”, con lo cual “democracia mayoritaria” es, al menos, una tautología.
En segundo lugar, podríamos discutir la premisa del conflicto: no creo que las diferencias estriban entre sistemas de organización más que en sistemas políticos; esto es, entre capitalismo y socialismo. El problema para los socialistas, lamentablemente, es que les cuesta auto-definirse como tales –dados los espantosos corolarios de la puesta en práctica del modelo-, razón por la que últimamente se acomodan en el ruedo político alrededor de la palabra “democracia”, creyendo que con ello se salvan de las críticas potenciales.
En tercer lugar, Lynch supone que los liberales –“neoliberales” fue un término acuñado por el célebre economista austriaco L. Von Mises para referirse a los socialistas que hablaban de libertad- están en contra del sistema organizacional democrático, error sistemático del progresismo local y razón por la que aluden a la derecha como “fachista”. No conozco a ningún liberal que esté a favor de las dictaduras y/o aristocracias; reconozco que algunos plantean que la organización se debe diseñar en base a los contribuyentes, pero ellos son una minoría. No siendo la democracia un sistema perfecto, es mucho mejor que una dictadura, sin importar si la misma es de izquierda o derecha (no obstante las dictaduras de derecha tienen mejores resultados económicos que las democracias o dictaduras de izquierda).
Finalmente -y lo que es inconcebible- Lynch concluye que la situación actual es de “precariedad”. Bajo cualquier parámetro –económico, político y social- mejor les ha ido a los peruanos en épocas de relativa libertad que en aquellas sujetas a las restricciones estatistas. Tanto en ingresos, como en calidad de vida, años de escolaridad o percepción de corrupción, los resultados favorecen a las prácticas liberales.
Corolario: les cuesta mucho a los progresistas aceptarse por lo que son y por lo que han producido sus prácticas en el pasado. Evidentemente, en la pugna por el poder, hay que saber como marketear las necesidades de cambio. El problema es que la gran mayoría –democracia que le llaman- opta por soluciones cada vez más liberales, desplazando a la izquierda del panorama político y dejándolos –así es el mercado Nicolás- sin soga ni cabra.
Sin duda, creo que existen diversos errores lógicos en la propuesta, unos arraigados a las premisas y otros al proceso lógico en sí. En primer lugar, habría que partir por desnudar aquella premisa que se inspira en una definición subjetiva y, por lo tanto, antojadiza: ¿qué significa democracia mayoritaria? La democracia, por definición, no es un sistema político, sino un sistema organizacional; esto es, define la forma en la cual se organizan un grupo de personas, basado en la alternancia del poder y la atomización -vía balance- del mismo. Cuando Platón y Aristóteles hablaban “de los pocos” y “de los muchos” se refería a eso: en la aristocracia, el gobierno de los pocos; en la democracia, de los muchos. En resumen, que la democracia es por sí un sistema “de los muchos”, con lo cual “democracia mayoritaria” es, al menos, una tautología.
En segundo lugar, podríamos discutir la premisa del conflicto: no creo que las diferencias estriban entre sistemas de organización más que en sistemas políticos; esto es, entre capitalismo y socialismo. El problema para los socialistas, lamentablemente, es que les cuesta auto-definirse como tales –dados los espantosos corolarios de la puesta en práctica del modelo-, razón por la que últimamente se acomodan en el ruedo político alrededor de la palabra “democracia”, creyendo que con ello se salvan de las críticas potenciales.
En tercer lugar, Lynch supone que los liberales –“neoliberales” fue un término acuñado por el célebre economista austriaco L. Von Mises para referirse a los socialistas que hablaban de libertad- están en contra del sistema organizacional democrático, error sistemático del progresismo local y razón por la que aluden a la derecha como “fachista”. No conozco a ningún liberal que esté a favor de las dictaduras y/o aristocracias; reconozco que algunos plantean que la organización se debe diseñar en base a los contribuyentes, pero ellos son una minoría. No siendo la democracia un sistema perfecto, es mucho mejor que una dictadura, sin importar si la misma es de izquierda o derecha (no obstante las dictaduras de derecha tienen mejores resultados económicos que las democracias o dictaduras de izquierda).
Finalmente -y lo que es inconcebible- Lynch concluye que la situación actual es de “precariedad”. Bajo cualquier parámetro –económico, político y social- mejor les ha ido a los peruanos en épocas de relativa libertad que en aquellas sujetas a las restricciones estatistas. Tanto en ingresos, como en calidad de vida, años de escolaridad o percepción de corrupción, los resultados favorecen a las prácticas liberales.
Corolario: les cuesta mucho a los progresistas aceptarse por lo que son y por lo que han producido sus prácticas en el pasado. Evidentemente, en la pugna por el poder, hay que saber como marketear las necesidades de cambio. El problema es que la gran mayoría –democracia que le llaman- opta por soluciones cada vez más liberales, desplazando a la izquierda del panorama político y dejándolos –así es el mercado Nicolás- sin soga ni cabra.
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