Me es difícil entender las bases de la segregación. Sea por temas raciales, sexuales, religiosos o de género, la discriminación es más que un sinsentido moral, un ejercicio que revela admirable estupidez. Las razas, por ejemplo, no son sino una adaptación moderna (entre 50,000 y 70,000 años) producto de las migraciones y las radiaciones ultravioletas del sol. Es decir, son un subproducto de la evolución. Las diferencias de género recaen en un mayor grado de absurdo. Las mujeres, según constata la data fría, son menos productivas que los hombres; empero, ello ocurre debido a una variable específica (matrimonio). Si controlamos los efectos de dicha variable, las mujeres son –y serán- más productivas que sus contrapartes. En el 2009, por ejemplo, el 59% de los títulos universitarios norteamericanos recayeron en manos femeninas; en 1950 eran sólo el 24%. Sobre las discriminaciones sexuales y religiosas, pues creo que son aún más endebles. Empero, hay quienes quieren hacer ver posiciones absolutas donde, por el tipo subjetivo de la categorización, no pueden sino ser basadas en preferencias.
La discriminación en el Perú es, sin embargo, el tema predilecto de los abanderados neoprogresistas que creen haber encontrado un Talón de Aquiles en el modelo económico. Gracioso que piensen eso, toda vez que el desarrollo sólo puede unir más a los peruanos, al congregar a la población vía los mercados y los bienes y servicios que transan en los mismos. Empero, leemos –y escuchamos- día y noche a los “moralistas de cocktails” sermonear sobre el tema sin ninguna base científica. Hoy, gracias a un reciente estudio del BID, podemos comprender un poco mejor éste asunto.
Castillo, Petrie y Torero (2008), en “Barreras Sociales y Étnicas para Cooperar”, nos presentan una sencilla lectura de las prácticas discriminatorias en el casco urbano limeño. Según los investigadores, los limeños separamos a las personas basados en distintas características personales, tales como talla, tez, género y niveles socio-económicos. Lo relevante, sin embargo, es que todo tipo de discriminación se evapora no bien se revelan datos sobre el comportamiento del individuo estudiado; es decir, discriminamos superficialmente basados en estereotipos, pero cuando las decisiones requieren conocimiento sobre desempeños, las separaciones se diluyen.
Los resultados del estudio apuntan a reducir las asimetrías respecto al desempeño de los limeños vía oportunidades de interactuar socialmente –las nuevas redes sociales son, en ese sentido, una gran manera de avanzar en dicho sentido. Lo cierto es que, como era de esperar, la cultura de la libertad provee de espacios de interacción permanentes y recíprocos, donde cada uno es libre de optar por determinados servicios, proyectos, asociaciones y prácticas personales. En resumen, que la mejor manera de reducir las prácticas discriminatorias van por buscar mayores interacciones sociales y, para ello, que mejor que dejar actuar en libertad.
La discriminación en el Perú es, sin embargo, el tema predilecto de los abanderados neoprogresistas que creen haber encontrado un Talón de Aquiles en el modelo económico. Gracioso que piensen eso, toda vez que el desarrollo sólo puede unir más a los peruanos, al congregar a la población vía los mercados y los bienes y servicios que transan en los mismos. Empero, leemos –y escuchamos- día y noche a los “moralistas de cocktails” sermonear sobre el tema sin ninguna base científica. Hoy, gracias a un reciente estudio del BID, podemos comprender un poco mejor éste asunto.
Castillo, Petrie y Torero (2008), en “Barreras Sociales y Étnicas para Cooperar”, nos presentan una sencilla lectura de las prácticas discriminatorias en el casco urbano limeño. Según los investigadores, los limeños separamos a las personas basados en distintas características personales, tales como talla, tez, género y niveles socio-económicos. Lo relevante, sin embargo, es que todo tipo de discriminación se evapora no bien se revelan datos sobre el comportamiento del individuo estudiado; es decir, discriminamos superficialmente basados en estereotipos, pero cuando las decisiones requieren conocimiento sobre desempeños, las separaciones se diluyen.
Los resultados del estudio apuntan a reducir las asimetrías respecto al desempeño de los limeños vía oportunidades de interactuar socialmente –las nuevas redes sociales son, en ese sentido, una gran manera de avanzar en dicho sentido. Lo cierto es que, como era de esperar, la cultura de la libertad provee de espacios de interacción permanentes y recíprocos, donde cada uno es libre de optar por determinados servicios, proyectos, asociaciones y prácticas personales. En resumen, que la mejor manera de reducir las prácticas discriminatorias van por buscar mayores interacciones sociales y, para ello, que mejor que dejar actuar en libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario